
«Tengo tres hijos, pero dos no están aquí y duelen»
Ariana Ruglio siempre soñó con tener familia numerosa. Y de algún modo la tiene, pero repartida entre dos mundos. Una niña en la tierra, Abril (2016), y dos hijos en las estrellas: Pol y Gala, a quien despidió en la semana 13 y 16 de embarazo, respectivamente, durante los dos veranos pasados. Mientras asume que no tendrá más hijos, comparte sus pasos por el doloroso camino del duelo perinatal y ayuda a otras mujeres visibilizando su historia de abortos, reflexión y superación desde su cuenta de Instagram, @tempsdedol (“tiempo de duelo”).
La primera vez que leí sus palabras sentí que podría haberlas escrito yo misma hace ahora ya algunos años, y le animé a compartir su historia en el blog. Tras unos meses de reflexión, Ariana ha tenido la generosidad de enviarme su historia. Os dejo con ella:
Pol & Gala en las estrellas
“Cuando buscas ampliar la familia, tener un hijo no es garantía de que todo vaya a ir bien. Aquí lo hemos aprendido de la manera más dura posible. Siempre hemos querido una familia de tres. Nos pusimos a ello en 2014 y, después de un año, llegó el positivo.

Nuestra peque nació en mayo de 2016, tras un embarazo normal, sin complicaciones, eso sí, con muchas molestias y una placenta previa que, al final, ni dio problemas.
Queríamos tenerlos seguidos, que se llevarán dos añitos y, en Junio de 2017, tras un año muy duro con la peque teniendo bronquitis de repetición, que nos llevaron dos veces a ingreso hospitalario, llegó nuestro segundo positivo, a la primera. Nos pusimos un poco antes de lo previsto por ese “por si acaso” que nos cruza la mente a todos los padres que, con el primero, no nos quedamos a la primera…

Diré que este segundo embarazo fue una de las experiencias físicas y emocionales más difíciles que he vivido. Por un lado, nunca me había encontrado tan mal durante tanto tiempo. Hiperémesis gravídica y una niña de 18 meses en casa, enferma cada dos por tres, son una combinación explosiva. Y yo sólo podía estar tumbada, no llegaba a vomitar, pero las arcadas no me dejaban ni hablar… Cuánto lloré por encontrarme tan mal, deseando que acabara y que tonta me sentí después. Pensaba: “en la semana doce pasará…”
Y llegó la semana doce, tomando la dosis más alta de cariban y los síntomas empeorando. No sé cuántas veces visité urgencias en esa última semana de vida de mi hijo Pol. Llamé a mi gine, a la que le pareció extraño, y me dijo que tomara primperan y, si no mejoraba en un par de días, fuera a verla. El test genético prenatal estaba ok, no tenía por qué ser nada. Pero lo fue. Estaba en la semana 13, el primperan me había dado un respiro (nada para tirar cohetes, pero me conformaba) y de repente noté que se me escapaba una gota de pis. Riéndome le dije a mi marido, “ui m’he pixat!” (“uy, me he meado!”). Fui al baño, tranquila y confiada, habían pasado las semanas críticas, y al sentarme sentí caer un chorro…
Al mirar, era sangre, roja, abundante. Recuerdo el sonido del líquido contra la taza del wáter y mi pánico. Llamé a mi marido, con voz temblorosa, y fuimos a urgencias. Él, a pie con la peque, yo en taxi. Llegué, taquicárdica. Me atendieron rápido. Llegó mi marido, pero, al ir con la peque, le dijeron que mejor esperara fuera.
«Nunca olvidaré la imagen de mi bebé, como una pequeña gominola, sin vida, sin latido»
Vino la ginecóloga de guardia y me tranquilizó, no se veía sangrado activo, no iba a ser nada, en esa semana era muy poco probable que fuera otra cosa que un hematoma… Recuerdo sus palabras, positivas y tranquilizadoras… Luego recuerdo que, mientras me consolaba, tenía los ojos entelados. La imagen de mi bebé, como una pequeña gominola, sin vida, sin latido, hecho una bolita que se movía sólo gracias a la presión del ecógrafo… No la olvidaré nunca. Aún, cuando lo explico, hay gente que me pregunta por qué me impactó tanto esa imagen… Creo que sólo se entiende cuando has visto a tu peque dar volteretas y ya solo queda un cuerpecito inerte. Llamaron a mi marido y con la niña en brazos lloramos. No dábamos crédito… ¿No pasaba solo en el primer trimestre? Estaba todo bien…
¿Por qué? ¿Por qué…? Pasaron cinco días hasta que pudieron hacerme el legrado. Mi gran miedo era no despertar de la anestesia o que mi cuerpo decidiera precipitar el proceso y tener un parto. Nada de esto ocurrió, pero había subestimado el vacío, la pena y, también, la incapacidad de algunas personas de entender.

Al mes, durante la revisión, nos dijeron que todo estaba bien y que un tanto por ciento de los embarazos se paran pasada la semana doce. Mala suerte. Podíamos ponernos otra vez, pero yo necesitaba recuperarme del trauma de un embarazo tan malo y de haber perdido al bebé.
Nos dimos un tiempo, yo me dediqué a estudiar y aprovechamos que la peque estaba mejor para dejarla algunos días con los abuelos y tener tiempo para nosotros. Para cuidarnos, para acompañarnos y querernos. Llevar nuestro duelo, pero también vivir más allá de él. Aunque, ahora, puedo decir que ni siquiera fuimos conscientes de que vivíamos un duelo. Ahora, que nos ha tocado revivir la experiencia, como un déjà vu, lo he entendido.
Tener proyectos y disfrutar de nuestra peque nos ayudó muchísimo. Intentamos darle gracias a Pol por el tiempo que nos había regalado y por lo que nos estaba enseñando de la vida. Hice un máster y, a medida que pasaban los meses y explicaba nuestra historia, ese «no» rotundo cuando me preguntaban si iba a volver a intentarlo dejaba paso a un tímido ya «veremos». Total, habíamos tenido mala suerte, no volvería pasar. Habíamos perdido una parte de nuestra sexualidad, la rutina, la enfermedad de la peque, el aborto… Y yo que ya no me sentía yo. Pero gracias a las horas frente a un café con una amiga muy especial recuperamos la conexión… y así llegó Gala.
«Habíamos tenido mala suerte, no volvería pasar. Llegó Gala. Y en la semana 16 y amanecí con una manchita marrón en el papel»
Estábamos asustados y nos tomamos la noticia con mucha precaución. Esperamos algunas semanas para decírselo a nuestros padres. Esperamos que pasara la fecha de la pérdida de Pol para hacerlo oficial. Nuestra gine estaba muy contenta, todo iba a salir bien. Yo cada vez que iba al baño temblaba y hasta la semana 10 esperé una hiperémesis gravídica que, por suerte, nunca llegó. Empezamos a creer que todo iría bien. Me sentía plena, guapa, activa, no tenía náuseas ni molestias ni dolores. Tenía miedo, eso sí, pero encontrarme bien me ayudaba a creer que todo iría bien.
Llegaron los resultados del test prenatal no invasivo, todo correcto y… ¡Una niña! Respiré, se me había metido en la cabeza que si era un niño iría mal, al fin y al cabo había tenido dos embarazos, uno había acabado con una niña sana y el otro con un niño que no había nacido. Probabilidades. Nos hicieron la eco de las 12 semanas y todo correcto, coincidían las medidas con mi FUR y Gala daba volteretas. Nos sorprendió el latido un poco más lento que el que habíamos oído el día anterior en urgencias.
Porque, sí, visité urgencias, varias veces. Cualquier dolor, cualquier cosa me hacía temerme lo peor. No le dimos importancia a ese latido un poquito más lento, nuestra gine tampoco. Y seguimos. Pasaron unos días y volví a urgencias. Una migraña terrible. Me asustaba tener preeclampsia. No me visitaron en ginecología porque no tenía ni dolores abdominales ni manchado y tampoco les expliqué que venía de otro aborto alrededor de la misma semana. Me pusieron una vía, paracetamol, vi el cielo y seguimos. Sin darle más importancia.
Pasada la semana que perdimos a Pol decidimos utilizar el Angel Sounds para oír su corazón. Nunca conseguimos oírlo. Con nuestra primera hija, nuestra hija gine nos dijo que era muy difícil, que podía estar de espaldas o la placenta delante… Yo empecé a ponerme nerviosa, a pensar que algo no estaba bien pero me encontraba tan pletórica… Llegó la semana 16 y amanecí con una manchita marrón en el papel. El corazón a mil, se lo dije a mi marido y no le dimos más importancia. Pero en mi cabeza algo resonaba. Iba cada dos por tres al baño, obsesionada con ese color. Pasamos el día en casa de mis suegros y, al volver, la mancha marrón se volvió rosa y, al cabo de una hora, roja. No era abundante, no era un sangrado más que una regla pero me puse a llorar. Mi marido mantenía la calma mientras intentaba dormir a nuestra hija. Llamé a mi madre, llorando. Recuerdo su voz tranquilizadora y contenida. Todo iba a ir bien.
Vinieron mis padres a quedarse con la peque mientras íbamos a urgencias. Llegamos, fue una espera corta, a mi se me hizo eterna. De guardia estaba una chica joven y muy amable. Esta vez no me dijo que no me preocupara, le había explicado mis antecedentes. Me exploró y era un sangrado muy escaso que no estaba activo. Pasamos a la ecografía, temblaba mientras mi marido me cogía la mano y me miraba diciendo sin palabras que todo iba a ir bien… “No vull mirar” (no quiero mirar) le dije. No quería volver a recordar ese cuerpecito inerte porque, en el fondo, sabía que el corazón de Gala no latía.
Fueron unos segundos, segundos en los que los ojos de mi marido se enrojecían y se mordía el labio, segundos de silencio en los que sólo se oían mis lágrimas. “No, oi?” (No, verdad?) le pregunté a mi marido que negó con la cabeza mientras lloraba.

La ginecóloga me apretaba la rodilla diciendo “lo siento mucho”. Yo exploté, diciendo que algo no iba bien, repitiéndolo, diciendo que era la segunda vez, todo igual… Y después de unos minutos de sollozos abrazados, llegó una calma que no esperaba. La calma de la experiencia. La calma de un dolor que ya se conoce. Nos trataron con tanto amor y cariño… Nos dejaron quedarnos allí una hora, mientras decíamos qué queríamos hacer, contactaban con mi ginecóloga y llamábamos a nuestras familias. Todo con mucho cariño y respeto.
Luego llegó un nuevo legrado, aunque estaba de 16 semanas, el corazón de Gala había dejado de latir en la misma semana que el de su hermano así que no tuve que parirla. Pero la operación fue un poco más complicada, me tuve que quedar ingresada una noche y casi lo agradecí. Una noche para asimilar que volvía a estar vacía. Una noche para asimilar que nuestro proyecto de familia numerosa estaba cada vez más lejos.
Antes de dormirme le dije a mi marido: “En realidad queríamos tres hijos, y tres hijos ya tenemos. No están aquí, pero son nuestros. Y duelen, un poquito menos cada día, pero siempre duelen”.

PD- Gracias una vez más, Ariana, por tu generosidad compartiendo esta historia y poniendo palabras a los sentimientos que tantas otras guardan (guardamos) en silencio. Desde aquí, como siempre, un abrazo a todas ellas y un petó al cel (un beso al cielo) para todos esos bebés que nunca llegaron a casa. Si quieres conocer otros casos de aborto y duelo perinatal puedes leer la historia de Cristina, que perdió su primer bebé en la semana 38 de embarazo y ayuda a otras madres en su misma situación a través de la asociación Dolina, de la que es cofundadora. Lee aquí la historia de Cristina.


2 Comments
Paula
No hay nada más importante que tener hijos sanos . La maternidad subrogada mucha gente lo toman como explotación de las mujeres , pero yo no pienso así . Para mi es gran ayuda a los que no pueden tener hijos . En mi caso por el cancer no puedo tener hijos …y la única opción que me queda es la gestación de madre subrogada . En España es muy difícil con eso por eso hemos decidido ir a Ucrania, centro de Feskov. Ahora mismo no podemos viajar , pero en cuanto se abren las fronteras vamos ahí . Siempre estamos en contacto con ellos y ya esta hablado todos los detalles . Espero que pronto seamos padres . Lo estamos deseando.
Helena
Hola, estás hablando de este centro https://maternidad-subrogada-centro.es ?